En un mundo perfecto, frente al hecho inevitable de que el petróleo se va a acabar empezaríamos a adaptarnos con tiempo suficiente para no vivir una transición traumática.
Durante los últimos 100 años nos hemos acostumbrado a vivir con el petróleo: nuestro coche depende de él, también la agricultura con sus fertilizantes y procesos mecanizados, la industria también depende del petróleo, la calefacción de nuestra casa, los productos de la casa contienen plásticos derivados del petróleo e incluso nuestras ropas tienen derivados del petróleo. ¿Cuánto tiempo necesitaríamos para reconvertir nuestros medios de vida?
No podemos apoyarnos en las energías renovables porque no son tan productivas como el petróleo: la energía eólica y solar solo atienden a parte de nuestras necesidades, los bio-combustibles compiten con los alimentos y, por ejemplo, para atender a toda la necesidad de combustibles del Reino Unido habría que plantar una superficie superior a la del Reino Unido. Además la energía nuclear también tiene fecha de caducidad puesto que el uranio también es un recurso limitado.
Somos inventivos y poderosos pero no somos mágicos: o empezamos la transición ahora mismo o no llegaremos a tiempo. Mi profesor de economía explicaba que la recesión “simplemente” era un período de adaptación entre la capacidad de producción y la demanda. Aun así todos sabemos que las recesiones son duras, es decir, los período de adaptación son duros.
Vivir sin petróleo no significa volver a la Edad Media, como intentan hacernos creer los capitalistas y los neo-liberales. Por otro lado hacer la vista gorda al fin del petróleo o a una subida de precios que lo tornará inasequible y no gestionar la transición sí significará volver a la barbarie. Así que si pudiéramos vivir sin el pero duramente.
En un mundo sin petróleo será obligatorio un equilibrio entre consumo y auto-suficiencia; entre tecnología y tradición y; entre globalización y localización. Por ejemplo:
En vez de producir toneladas de un producto agrícola destinados a la exportación en un rincón del país, se produciría prioritariamente lo que los habitantes de este rincón necesitan para sobrevivir.
En vez de tener una gran fábrica de una gran multinacional que distribuye a toda la península ibérica existirían varias fábricas y talleres cercanos a cada población generando empleo a estas poblaciones y prescindiendo de recorrer kilómetros para llevarles la mercancía.
En vez de tener enormes fábricas, que requieren mucha energía, son operadas por ordenadores y apenas generan empleos, existirían fábricas menores con aparatos que nos ayuden y nos protejan de manera que podríamos mezclar energía humana, generando empleos y evitando una vida sedentaria.
En vez de pasar toda la tarde jugando la playstation los niños se encontrarían para hacer juegos de rol.
Y claro, como no habría energía para desperdiciar no tendríamos una producción superior a la demanda y tampoco haría falta toda la publicidad que nos vende un estilo de vida que necesita toda clase de artilugios superfluos para alcanzar la felicidad.
Durante los últimos 100 años nos hemos acostumbrado a vivir con el petróleo: nuestro coche depende de él, también la agricultura con sus fertilizantes y procesos mecanizados, la industria también depende del petróleo, la calefacción de nuestra casa, los productos de la casa contienen plásticos derivados del petróleo e incluso nuestras ropas tienen derivados del petróleo. ¿Cuánto tiempo necesitaríamos para reconvertir nuestros medios de vida?
No podemos apoyarnos en las energías renovables porque no son tan productivas como el petróleo: la energía eólica y solar solo atienden a parte de nuestras necesidades, los bio-combustibles compiten con los alimentos y, por ejemplo, para atender a toda la necesidad de combustibles del Reino Unido habría que plantar una superficie superior a la del Reino Unido. Además la energía nuclear también tiene fecha de caducidad puesto que el uranio también es un recurso limitado.
Somos inventivos y poderosos pero no somos mágicos: o empezamos la transición ahora mismo o no llegaremos a tiempo. Mi profesor de economía explicaba que la recesión “simplemente” era un período de adaptación entre la capacidad de producción y la demanda. Aun así todos sabemos que las recesiones son duras, es decir, los período de adaptación son duros.
Vivir sin petróleo no significa volver a la Edad Media, como intentan hacernos creer los capitalistas y los neo-liberales. Por otro lado hacer la vista gorda al fin del petróleo o a una subida de precios que lo tornará inasequible y no gestionar la transición sí significará volver a la barbarie. Así que si pudiéramos vivir sin el pero duramente.
En un mundo sin petróleo será obligatorio un equilibrio entre consumo y auto-suficiencia; entre tecnología y tradición y; entre globalización y localización. Por ejemplo:
En vez de producir toneladas de un producto agrícola destinados a la exportación en un rincón del país, se produciría prioritariamente lo que los habitantes de este rincón necesitan para sobrevivir.
En vez de tener una gran fábrica de una gran multinacional que distribuye a toda la península ibérica existirían varias fábricas y talleres cercanos a cada población generando empleo a estas poblaciones y prescindiendo de recorrer kilómetros para llevarles la mercancía.
En vez de tener enormes fábricas, que requieren mucha energía, son operadas por ordenadores y apenas generan empleos, existirían fábricas menores con aparatos que nos ayuden y nos protejan de manera que podríamos mezclar energía humana, generando empleos y evitando una vida sedentaria.
En vez de pasar toda la tarde jugando la playstation los niños se encontrarían para hacer juegos de rol.
Y claro, como no habría energía para desperdiciar no tendríamos una producción superior a la demanda y tampoco haría falta toda la publicidad que nos vende un estilo de vida que necesita toda clase de artilugios superfluos para alcanzar la felicidad.
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